Leí con sensación contradictoria la nota remitida por el Ayuntamiento sobre las seis multas cursadas en un mes a propietarios de perros por no retirar los excrementos de sus animales (las cacas de toda la vida) de la vía pública (la calle, ya sabe, habitualmente en el lugar más oportuno para que usted la pise). Sinceramente, me parecieron pocas, pero mirándolo despacio no está mal que la gente sepa que, aunque no lo crea, se está arriesgando a un mínimo de 120 'leuros' de multa. Lo que ocurre es que el riesgo es bajo, muy bajo.
Es un riesgo que muchos aún asumen porque en una ciudad tan grande, seis multas en un mes resulta una caquita, la verdad. En cualquier manzana que usted frecuente es posible que en un par de días lograra reunir ese número de sanciones por 'regalos' estratégicamente situados en el acerado.
Viendo hacia dónde se dirige el nivel educacional de la ciudadanía (otro mojón, salvo honrosas excepciones), me sorprendió bastante poco encontrar no hace mucho un excremento XXL justo en el acceso más traicionero (para este material, se entiende) de los tres que tiene el colegio que hay donde vivo.
Sería de agradecer que la extraordinaria productividad que el Ayuntamiento de Sevilla está logrando de la Policía Local en el muy noble y cabreante arte de poner multas de tráfico (ya saben, el origen de la célebre gratificación) tuviera algún tipo de correlación con el tema que ocupa. Con los coches van a saco porque parece la única forma de que la gente no deje tirado su vehículo en una zona de tránsito imposible para tomar un par de cervezas o aparque allí donde las placas repiten a diario (qué pesadas que son) las absolutas limitaciones imperantes.
Parece que con algunos propietarios de perros la situación es similar. Seguro que usted ha visto a algún vecino recoger el temita con admirable eficacia, pero será una triste raya en el agua que en modo alguno aliviará su tronante cabreo cuando esté a punto de estropear el fantástico modelado mojonil o directamente lo derribe y suelte un acusador ¡mierda!
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